Un mes con la Madre París: ¿Cómo se cumplirá la obra? Nacimiento a la vida

28-06-2024-MADRE-PARIS-P

Un mes con la Madre París: ¿Cómo se cumplirá la obra? Nacimiento a la vida

En este mes de junio, la Madre París cumpliría 211 años.
Con ese motivo, cada viernes os contaremos algunos detalles de su vida contados por ella misma.

Los últimos tiempos habían sido especialmente dolorosos para Claret: la huida de España acompañando a la Reina al destierro, la estancia en París, pero, sobre todo, las tremendas calumnias levantadas contra él.  

Su salud se vio agravada por el clima de Roma que soportó durante el Concilio Vaticano I. En las cartas que me escribió me hacía reflexiones profundas, como si quisiera dejar al Instituto que fundamos juntos, un precioso legado evangélico: “lo que importa es que usted y las jóvenes que vayan entrando sean todas buenas religiosas y la aprobación vendrá cuando Dios disponga mejor… tengan paciencia, recen mucho a Dios y a la Sma. Virgen, cumplan bien las Reglas que tienen y santifíquense” (Carta de Claret a María Antonia, 1-1- 1870) 

Como ambos hicimos tantas veces, una vez más, quiso dar testimonio de su fidelidad al Señor y a la Iglesia: “Los trabajos y fatigas del Concilio nos tienen muy ocupados en sostener y defender los derechos de la Iglesia y del Santo Padre. Yo, en pleno Concilio, desde el púlpito dije que estaba dispuesto y preparado para dar mi sangre y mi vida”. (Carta de Claret a Mª Antonia, 17-6-1870). 

El 24 de octubre de 1870, a las 8,45 de la mañana, Claret se encontró con el Señor para siempre, rodeado de los Misioneros Claretianos de Prades y de los monjes cistercienses del Monasterio de Fontfroide. Moría perdonando a sus perseguidores y calumniadores, con el crucifijo entre las manos, como signo de su confianza y esperanza puesta en Dios. 

Cuando me llegó la noticia sentí un profundo dolor. Él era no sólo el Fundador del Instituto, sino el hombre apostólico que Dios me había señalado para llevar a cabo la renovación de la Iglesia. Esta muerte parece desmentir todas las esperanzas que el Señor me había hecho poner en él.  

“Estando muy angustiada por la muerte de Claret, rogaba intensamente a Dios por la restauración de la Santa Iglesia, pues se había llevado a él, ¿cómo se cumpliría su obra? En esto me dijo el Señor: ¿Por ventura es abreviada mi Palabra? Ten confianza, hija, espera un poquito y verás lo que Yo hago (Diario 109).  

Desde este momento, se ensanchó mi corazón aun sin entender cómo sería, supe que el Señor seguiría llevando a cabo su Obra…  

 

Nada más quiero, sino a Nuestro Señor Jesucristo.

Casi toda mi vida he tenido una salud muy precaria. Sin embargo, esto nunca me impidió llevar una vida activa e intensa, tanto apostólica como espiritualmente. 

“Mi estado de salud continúa delicado y no puede ser otra cosa por las continuas aflicciones de espíritu, que cada día se aumentan. Parece ser que todo el infierno está desencadenado contra la débil navecilla de nuestro Instituto …” (Carta de Mª Antonia a D. Enrique Gómis, 9-5-1882). 

N.R. A principios de 1884, su estado de salud empeoró. Contamos con testimonios de las hermanas que vivieron más de cerca sus últimos acontecimientos. Mª Gertrudis Barril, su secretaria, cuenta con detalle cómo vivieron estos once meses finales de enfermedad: 

“Enfermó de gravedad el día 3 de febrero del año 1884, habiendo sufrido extraordinarios padecimientos en los once meses y medio que ha durado su enfermedad, los cuales los ha soportado con admirable conformidad, con ejemplar paciencia, y con una santa alegría de alma que continuamente tenía edificada a toda la comunidad… pues en lugar de tener que animarla en sus penosos sufrimientos, por el contrario, nos consolaba y animaba ella a nosotras,… Me consta también que durante la enfermedad ha padecido interiormente mucho desamparo y penas interiores a imitación de Nuestro Señor Jesucristo, cuya vida procuró siempre imitar…” (Testimonio de M. Gertrudis Barril, 13-2-1885). 

Concepción de San Jaime, su enfermera, vivió con intensidad la experiencia de acompañarla en momentos de tanto dolor y debilidad. 

Hubo días que fue necesario velarla por su gravedad y ella aprovechaba para conversar profundamente con las hermanas. Ellas cuentan cómo estaba continuamente pendiente de todas, para que nada les faltara, ni material ni espiritualmente.  

A mediados de enero el médico aconsejó que se le administraran los sacramentos. Dicen las hermanas que los recibió con devoción, fervor y ternura propios de almas privilegiadas.  

A las 9 de la mañana del 17 de enero de 1885, día de San Antonio Abad, al preguntarle el confesor si deseaba algo, dijo: “nada, sino a Nuestro Señor Jesucristo”. Y así se encontró con el Señor para siempre.