Andanzas carcelarias de una Misionera Claretiana

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Andanzas carcelarias de una Misionera Claretiana

Aunque no sabía nada de los presos ni del mundo de la cárcel, sí tengo viva una anécdota de la infancia: el vecino de casa y amigo de mis padres tuvo una discusión violenta con un hombre, de manera que de un manotazo lo tiró al suelo y se golpeó la cabeza, muriendo en el acto. Fue detenido y estuvo preso muchos años. Siempre en mi interior estuve de su lado porque sabía que aquel hombre no era un asesino. 

Posteriormente, en la juventud, cayó en mis manos un librito de Concepción Arenal, El visitador del preso, que me impresionó. 

Ya en la ancianidad tuve la oportunidad de ir a la prisión de Albolote (Granada) como voluntaria de pastoral penitenciaria. Y así transcurrieron cinco años, hasta febrero de 2020, bruscamente interrumpidos por la pandemia. Recuerdo aquella desapacible mañana de octubre de 2015 en mi primera visita. Iba con incertidumbre y miedo, que se agrandaron al ir pasando por los distintos controles de seguridad, escáneres, detectores de metales, cámaras de videovigilancia… Cuando, por fin, accedí al módulo 11 de presos con problemas psiquiátricos en situación terapéutica, me encontré en un enorme patio con internos deambulando de acá para allá. Nadie me presentó, opté por sentarme en un banco y hojear una revista, mientras pensaba qué hacer, cómo dirigirme a ellos… Fueron algunos internos quienes se acercaron, curiosos. Les dije sin más que era religiosa y que iba con el resto de voluntarios para hablar con ellos y hacerles sentir que no están solos, que hay esperanza. 

Fue una intensa experiencia, que te marca la vida. Estar tan cerca de estos hombres excluidos de la sociedad, invisibles para ella, te acercan a los descartados y sufrientes de nuestro mundo. Me propuso el capellán que iniciara con ellos un grupo de catequesis. El resultado, muy variopinto: mezcla de cristianos, agnósticos, ateos, un musulmán y algunos creyentes en no sabían qué; pero todos tenían en común algún trastorno mental y desequilibrios evidentes. 

Lo importante es que se fueron “humanizando” y aprendieron a respetar las opiniones de los demás y expresar las propias con sosiego y orden. 

El contacto telefónico con sus familias me dio oportunidad de conocerlos mejor y comprender sus increíbles reacciones. En fin, fue una actividad enriquecedora que me puso en contacto con un mundo dolorido, desesperanzado, excluido. Un incentivo más para rezar por ellos y para que los cristianos seamos consecuentes con la fe que profesamos: “Porque estuve preso y me visitaste”.  

Lourdes Suárez