04 Oct ECO: domingo 8 de octubre de 2023
Evangelio de Mateo 21, 33-43 :
“Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.
El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: «Respetarán a mi hijo». Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: «Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia». Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelve el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?». Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo».
Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: «La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos»? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos»”.
Comentario:
LES ENVIÓ A SU PROPIO HIJO
La parábola de los malvados viñadores es quizás el presagio más claro de lo que le sucederá a Jesús poco después en Jerusalén: su pasión, muerte y resurrección.
Pero lo que más nos llama la atención es que cada uno de nosotros está en la posición de estos viñadores. De hecho, la viña de nuestra existencia no nos la hemos dado a nosotros mismos. Alguien nos dio la vida y nos encontramos viviéndola como participes que nunca debemos olvidar que somos simplemente viñadores y no amos. La espiritualidad de la colaboración es lo que más debemos aprender a cultivar en nuestra vida. De hecho, esta espiritualidad requiere fundamentalmente de nosotros dos cosas: amar la vida como si fuera verdaderamente nuestra, pero tener la humildad de recordar que hay Alguien a quien debemos entregar la cosecha. Sólo el recuerdo de este realismo puede ayudarnos.
Recordar la muerte puede ayudarnos a dejar de vivir como si nunca tuviéramos que responder ante nadie. Pero podemos decidir vivir este fin como un encuentro, o este fin como sólo un fin. Muchas cosas que nos suceden en la vida son «visitas» que nos recuerdan quiénes somos realmente: personas, nuestras alegrías, dolores, experiencias positivas y negativas, encuentros… Cada una de estas cosas son mensajeros de Dios, y en definitiva como si fuera el mismo Jesús escondido en cada uno de estos acontecimientos.
¿Qué queremos hacer con estas visitas? ¿Queremos deshacernos de Cristo o darle la bienvenida tal como realmente es? Cuando vives sólo a la defensiva, al final también eliminas a Jesús de tu vida y esto se convierte en el comienzo de una tragedia, no en la solución a tu miedo. Sin embargo, cuando lo acoges te das cuenta de que incluso lo que podría parecer un error o un desperdicio, Dios lo usa para tu bien.
Celeste Berardi
Misionera claretiana