07 Jun Un mes con la Madre París: Nacimiento e infancia
En este mes de junio, la Madre París cumpliría 211 años.
Con ese motivo, cada viernes os contaremos algunos detalles de su vida contados por ella misma.
“Nuestra congregación ha nacido en la Iglesia para ser una Orden nueva, pero no nueva en la doctrina sino en la práctica.
El Espíritu Santo nos urge, desde el origen del Instituto, a la renovación de la Iglesia por la guarda de su santísima Ley y vivencia radical de los consejos evangélicos. Con especial amor a la pobreza evangélica, fundamento de nuevos apóstoles”
Constituciones 2
El mes de junio es para mí un mes importante, el mes de mi entrada en la vida en Vallmoll (Tarragona) el 28 de junio 1813 y mi encuentro con la Iglesia, mi Bautismo al día siguiente, 29 de junio festividad de S. Pedro.
Mi madre, Teresa, había llegado allí el día anterior, huyendo de los soldados franceses, como muchos otros ciudadanos de Tarragona. Iba en su huida embarazada y con mi hermanita de tres años. Nos acogieron a las tres, la familia de un trabajador de nuestros campos. Mi padre, Francesc, había muerto en abril. Mi madre me contó que era el hijo mayor de un acomodado labrador de Tarragona. Mi madre era de una familia de pescadores de la misma ciudad.
Las circunstancias de mi nacimiento fueron difíciles. Mi madre me contó que el médico le había dicho que nacería muerta, pero no, ¡nací viva! Pero “flaca y amoratada que parecía asada a unas parrillas”. Mi madre decía que había venido al mundo para una cosa muy grande, pues sin una particular providencia del Señor no hubiera nacido con vida1. Desde los inicios, mi vida está marcada por la dificultad y, a la vez, por pequeñas señales de esperanza. Esta es la forma habitual de mostrarse Dios conmigo. Yo quise dar esta impronta al Instituto que fundé, pues sabía que la debilidad y la pobreza son el signo más evidente de que la Palabra de Dios es eficaz.
Pasado el peligro volvimos a Tarragona, donde se desarrolló mi niñez y adolescencia. La gente que me conocía me definió como “persona de no muchas palabras, seria, responsable y su sentido común; sumamente servicial y trabajadora” Creo que exageraban…
Eso sí, mi educación humana fue bastante completa con relación a las mujeres de mi época: lectura, rudimentos de aritmética, dibujo, pintura, bordado y costura en general. Mi letra era segura y de trazo firme, aunque en la ortografía denotaba que mi lengua materna era el catalán. Asistí al colegio en la Compañía de María que estaba cerca de mi casa.
Hice la Primera Comunión a los nueve para esa fecha tenía ya una buena formación doctrinal y espiritual. Este momento lo recordaré siempre ya que después no recuerdo haber adquirido conocimiento mayor de cosa alguna de este mundo.