14 Jun Un mes con la Madre París: Entrada en la compañía de María y experiencia fundante
En este mes de junio, la Madre París cumpliría 211 años.
Con ese motivo, cada viernes os contaremos algunos detalles de su vida contados por ella misma.
Entré en la Compañía de María de Tarragona a los 28 años, el 23 de octubre de 1841. Un poco tarde, ya que yo desde que tenía uso de razón quería ser religiosa, pero la vida me vino así. Había en estos momentos en España unas las leyes antirreligiosas: con persecuciones, prohibición de entrada de novicios y novicias, quema de conventos… Pero bueno este tiempo me sirvió para clarificarme interiormente de una forma progresiva.
En un comienzo me inclinaba más hacia la vida contemplativa, quizá por mi temperamento introvertido y mis deseos de soledad y oración. Sin embargo, tenía inquietudes misioneras. Creo que en esto me influyó el espíritu apostólico de Caixal. Este proceso fue clarificándose en mi hasta el punto de que lo más hondo de mis experiencias de Dios tuvieron un marcado signo evangelizador y de renovación de la Iglesia.
Viví más de nueve años como postulante, aunque esto sólo fue a nivel jurídico, en la realidad, vivía como cualquier religiosa profesa.
En este contexto, mi vida discurrió entretejida con mi experiencia de Dios. El Señor me concedió una experiencia1 que marcó toda mi existencia. Desde ella se irá configurando paulatinamente mi vocación y misión en la Iglesia.
Estando una noche en oración, el Señor me hizo comprender, el Evangelio. Fue una experiencia singular. Cristo mismo, desde el árbol de la Cruz, graba su Evangelio en mi corazón. Fue una experiencia que no sé cómo describir: Sin imagen, ni libro, ni letras… imprimiéndose esta ley nueva, el Evangelio en mi corazón.
Descubrí que los males que sufría la Iglesia no solo vienen de fuera, sino surgen desde dentro. La falta de vivir el Evangelio era el mayor mal que atravesaba la Iglesia y era necesaria la conversión especialmente de los consagrados. Por ello me sentí llamada a fundar un nuevo Instituto: no nuevo en la doctrina, sino en la práctica y a renovar la Iglesia.
Esta experiencia me dejó una profunda intimidad con el Señor, un gran amor a la pobreza evangélica, una gran humildad y reconocimiento de mi pequeñez ante obra tan grande.
El Señor me hizo entender en una nueva experiencia de oración que en esta aventura no iba a estar sola será Mosen Claret quien me ayudará en la Fundación, no lo conocía todavía, pero Dios me lo manifestó como “el hombre apostólico que la Iglesia necesita para predicar el Evangelio”.
Claret ha sido para mí el signo de que, aquello que se me pide se llevará a cabo. Y no ha sido algo puntual, sino que el tiempo y nuevas experiencias me lo fueron confirmando: Nuestro Señor me dijo: “el P. Claret te dará la mano para formar las primeras casas de la Orden”.2